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jueves, 2 de enero de 2014

Cap. I

Entonces de pronto decidí:
Que me iba a reconciliar con los tacones altos, con los labios rojos que marcan cachetes, con las salidas a cenar sin hora para el regreso
y con la ropa brillante, las bufandas y los collares que mi mamá me heredó con la promesa de que estarían nuevamente de moda. De pronto me dio por beberme la vida en copa, por picar el ojo tras un chiste y por desaparecer todo lo viejo que al igual que el desierto se seca ante la posibilidad de renovarse. Me levanté y decidí que me reiría mucho más, que mi cabello cambiaría, seguirá despeinado claro -siempre libre pero más vivo- así como yo los domingos de sol. Borré números de teléfono que no requería, agregué un par más que quizás sólo ocupen espacio por un tiempo (pero, es un espacio de esos que te da los buenos días y te dice "buen prevecho") y eso hace falta -como no- sobre todo cuando empieza el mes, cuando empiezas la dieta, cuando empiezas a ser más Elena de Troya y menos Julieta, cuando te quieres dejar sorprender por la posibilidad. Y es que una se cansa de llevar el saco del género de vez en cuando, y yo que no me gusta cargar ni con mucho maquillaje di un paso al frente, me puse perfume y les dije con unos rulos fabulosos "al carajo" y desde ese día vivo, ya no sólo despierto.

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