Vistas de página en total

domingo, 30 de enero de 2011

No soy un buen ejemplo… Quizás por ser honesta.


No se si rebeldía sea el termino más idóneo para describir el móvil de muchas de las decisiones que he tomado a lo largo de mi vida. Considero que el término correcto quizás sea negación, una rebeldía podría pensarse como un acto adverso a lo social y políticamente impuesto. Mientras para mí, una negación es una oposición realmente justificada de una realidad determinada. La mía, mi realidad, es considerar injusto y castrante que todos tengamos que ir en la misma dirección cuando probablemente nuestros deseos personales nos lleven a otros espacios distintos a los transitados. Y así pues ha discurrido mi vida, siendo el mínimo común denominador en situaciones comunes y corrientes, haciendo las cosas a mi manera, bajo mis propias reglas y no por esto debe asumirse que ha sido lo mejor o lo más sencillo, pero al menos tengo algo para contar en mi vejez y de lo que me haga sentir orgullosa.

Traigo todo este pequeño monólogo a colación porque recientemente escuché una conversación que llamó mi atención considerablemente. Estaba en ese sagrado lugar para nuestra cultura, la peluquería, espacio consagrado para comentar y evaluar la vida de los demás mientras nosotros tratamos con latonería y pintura de resguardar la propia. En fin, una señora sentada a unas pocas sillas de distancia conversa con otra, aún más separada de ambas, sobre la “última gracia” hecha por… Llamémosla Sutanita, porque la verdad no recuerdo el nombre, quizás porque no me interesa. El caso es, que ellas discutían al mejor estilo de esos programas miameros que involucran un juez pues, que la mujer en cuestión, estaba saliendo con un tipo casado, un tipo de paso más joven y con quien tenía una vida sexual de espanto y brinco (asumo por lo divina). Ya en ese punto, decidí dejar mi libro y prestar algo de atención, ya que, si lo estaban prácticamente gritando de silla a silla era sinónimo de que todos los presentes estábamos invitados a coser y descocer también a esa lujuriosa mujer.

Estas señoras, ya de cierta edad tiraron a los leones a la inocente mujer. Y digo “inocente” porque hasta el momento su único pecado era darle a su cuerpo lo que pedía, complacer sus antojos, vivir sin apegos a las normas y otras cosas que yo en lo personal consideraba como heroicas ya a ese punto cronológico en que las juezas y verdugas sin capucha (pero sí con mucha laca) se encontraban. Todo iba muy bien hasta que, una de las involucradas ante la mirada cómplice de las peluqueras y otras asistentes a aquella sala de tortura sentenciara que esta situación, de andar por aquí y por allá con esas libertades y esos hombres sólo eran sinónimos de “graves problemas de conducta derivados de una baja autoestima”. Yo, en este punto, solo deseaba que la señora sacara de aquella cartera de imitación barata un título que la certificara como psicóloga y de esas que tienen honores y escritorio propio, porque permítame, semejante diagnóstico viene de una mente estudiada o podrida, y no se porque presiento me quedaré con la segunda. 

Ciertamente el tema cambió después de lanzar a “Sutanita” a la nave del olvido, el interés pasó a otras banalidades como dietas o moda. Pero yo, no podía sacar de mi mente aquello. Si bien es cierto, “Sutanita” no es de mi familia o amiga personal (creo yo) aunque su historia se me hace conocida. Sí me pareció algo injusto que fuese puesta en evidencia ante un grupo de gente igual o peor que ella (sin detenerme en axiomas) a las que nadie señalaban directamente pero de seguro con mayor cargamento de paja que pudiese ser pisada o comida a futuro por otra comitiva de extraños.

Siempre he considerado que tener autoestima es quererse y respetarse por lo que se es y se representa. De ahí a parcializarme por teorías psicológicas pues no lo pretendo, por el simple hecho de que considero que todos y cada uno estamos en el derecho de vivir y contextualizar este tipo de teorías ya algo gastadas. Una persona que piense y actúe fiel a sus principios tiene, a mi forma de ver, igual cabida que alguien que se diga “yo valgo, yo merezco lo mejor” pero se consigue con hombres mal tratadores, con jefes abusadores, con amigos inconstantes y con familiares disfuncionales. No soy quien para enmarcar qué es bueno y qué es malo, estoy muy distante de ello porque mis propios conceptos ante el tema probablemente sean muy diferentes a los suyos que me lee (conscientemente o por error del buscador), el caso es que, nadie tiene el derecho de etiquetar y juzgar a otro por sus acciones, más aún cuando no lo incluyen. Yo he sido criticada y evaluada por muchos toda mi vida y también he sido la que señala (pero eso sí, en menor escala) sin embargo, estoy trabajando para dejar ese asqueroso hábito de apuntar y me ha ido muy bien. Al punto de ni fijarme en quien hoy por hoy me sigue apuntando con el índice, con suerte, y no con otros dedos menos cordiales.

Esa señora de quien hablaban, que puede llevar cualquier nombre o cualquier rostro podría reflejar la historia de muchas mujeres que durante cuantioso tiempo vivieron apegadas a la moral y las buenas costumbres resultando golpeadas y pisoteadas por las mismas, siendo infeliz y sufrida ante estas imposiciones sociales. Después de tanto lagrimear, se alzó y decidió quemar sus sostenes (los ya quemados por años apegada a las cuatro hornillas de su casa) y decir con voz clara y fuerte “NO ME LA CALO MÁS”. Son especulaciones mías, bastante entretenidas por cierto, pero eso sólo demuestra que no conocemos la realidad de nadie una vez que atraviesa esas cuatro paredes llamadas por algunos hogar. Quizás esas señoras “seudoamigas” criticaban con tanta ira porque ellas no habían tenido la fortuna de vivir y andar de aquí para allá con un hombre viril y menor que las sacara de esa vida marchita que muchas mujeres de edad avanzada y otras más jóvenes experimentan y por ello, juzgaban a esta mujer sin “amor propio” que vivía un idilio con un hombre que la hacía más mujer de lo que ya era, y quizás, por ratos más prolongados que hasta el mismo coroto que la acompañó en los mejores años. Si bien es cierto es casado, no he ignorado ese punto, pero no me detendré en ese aspecto porque también tengo políticas probablemente distintas a la suya y es un terreno de amplio espectro que no quiero justo ahora tocar.

Yo respaldo la libertad, yo respaldo y aplaudo a quien vive con la convicción de experimentar y resurgir ante tanta pared social impuesta por un mundo hipócrita y sumamente infeliz. Yo que bebo, hablo fuerte, río a gritos, me retoco el maquillaje en la calle, suelto algún improperio en medio de un juego de futbol o mientras manejo. Yo que he ido y venido, a pie y en avión, sola o acompañada he visto que así y solo así se vive con amor. Por el hecho de respetarme no sigo a grupos sin bases, yo que por quererme he querido a todo el que me rodea y hasta me ha acompañado en mi cama o fuera de ella. Yo que he reunido un sinfín de aciertos y desaciertos me pongo del lado de “Sutanita” porque si a esa edad yo llego con ese Espíritu, seré divinamente criticada y envidiada en cualquier peluquería, pero eso sí, feliz y amándome. Ustedes piensen un momento…Qué tanta honestidad profesa y qué tanta practica. Si fuese alguien de esta historia quién sería y lo principal… Pregúntese si tiene “Seudoestima” o verdadero “Amor Propio”. Acompáñeme en esta tarea… Para no ser la única que ve más allá de lo obvio.  

                                 


No hay comentarios:

Publicar un comentario