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sábado, 21 de mayo de 2011

Filigranas...

La magia del tiempo se mide por su poder de detenerse, una habilidad única que solo se logra en ocasiones. Todo alrededor se dilata, se degrada, se borronea, se pierde con el soplido inerte de bocas bajo juramento. Son esas réplicas mentales las que permiten mantenerse conectado a la realidad ante eventos que, colmados de detalles, juegan con los sentidos. Parece una insinuación literaria y remota cualquier planteamiento que desdoble el alma, por ello quizás a esas gotas cronológicas le tenemos poca fe. Cautivos transitamos, buscando esos instantes que hagan más ligera la carga de vivir sin existir.

Dependo de instantes para respirar, necesito lo insensato de un arrebato o el riesgo de morir por soplos para luego agradecer que aún tropiezo como cualquier mortal que deambula con vetas. Probable que de esta manía de cazar reverencias sin un escudo físico sino más bien emocional se haya colmado de riesgos mi integridad ante cualquier juicio, poca confianza tengo de salir airosa entre brazos que sé, después de extendidos, han deseado ahogarme. Confiar es una práctica metafísica que cuerpos mutilados no logran alcanzar por mucho que cierren los ojos.

La culpa desconozco por no haber logrado definirla en una mente que se salvaguarda en algunos cuantos aciertos. Nombrarla sería ubicarla en algún espacio vacío de mi memoria y no me interesa sabotear las pocas libertades que me concedo. Prefiero invertir la paz que compro cuando la ofertan en proporcionar instantes desdibujados a la memoria y cuenta de mi vida. Esa que interrumpo con artistas de cartón que no aguantan frío o viento, un te quiero o un simple odio. Como secuelas de un ayer, como marcas de vejez en un mapa se siguen quedando en el alma experiencias como filigranas de un anhelo descontinuado por la erosión de vientos inclementes. Así como esa mancha de vino sobre el mantel, como la humedad de aquel vestido se guardan intactos los momentos que fraguan la distancia en la que no estoy contigo… El idealizado sin rostro, la promesa de lo incierto, el final del punzón de mis manos. 

                         

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