Ropa segregada en el suelo como pequeños continentes de
tela,
vasos a medio
tomar…Una botella sin licor testigo de los ademanes de la noche.
Un silencio
imperial enmarcado en una pequeña ventana que filtra un poco de cielo.
No concibo un
mejor lugar para que tu cuerpo y el mío se amolden al nuevo día.
Temprano me
levanto por esa adultez que finge siempre tener algo que hacer
así sea domingo,
así sean vacaciones, así solo quiera envejecer contigo
en las sábanas. Y
estás ahí… Silencioso, inmóvil, combinado
tu piel de tinta
con el lienzo floreado de tela. Puedo pasar inviernos
detallando tus formas,
puedo mudarme al lado derecho de la cama
solo por el
placer de asumir, en forma de valor agregado,
el dogma de
levantarte con besos y caricias ansiosas de contacto.
De llenarte de
huellas y planes compartidos.
No siempre sabía
que hacía… Si colocaba mucha sal, si faltaba cocción, si lucía como
en la televisión
o esas revistas que nunca llegue a comprar. (Es que prefiero el ensayo
y error que puede
brindar un sartén dañado por un experimento de caramelizar azúcar.)
Pero una especie
de deseo constante por hacer nudos en los cordeles de tu memoria
con pequeñas
pinceladas de cotidianidad comandaban esa misión generacional de ser
así sea por un
rato la compañía de tu yin, la mujer de las fotos en la sala…La del café.
Verte arreglar a
contra luz con la rapidez de un marino americano era un gusto,
yo me perdía
entre zapatos, maquillaje, corazones y suspiros largos como tu espera.
Salir de la mano
por la misma calle, sentir el frío antitropical que secaba la cara
y la parada
obligada por algún insumo era el crucigrama del ahorror en esos días
de risa y letras.
No recuerdo haber sacado tantas cuentas en mi vida o tener por
responsabilidad
asumida una distribución impecable de banco suizo en los bolsillos,
pero eso no lo
sabías ni yo quería contarlo. Se me daba bien el papel y me sentía de
ayuda…
Un paseo en
metro, un ticket compartido entre tres… La búsqueda de sillas juntas, mi
mano rastreando la
tuya para entrelazarse mientras la mirada se perdía entre cuentos
que decoraban las
paredes perfectamente mantenidas a pesar del paso permanente.
“Yo podría hacer
esto a diario” pensaba mientras el coche se dividía en trozos por la
estación en
curvas que advertían con ese acento que no logré adquirir.
Tu mirada siempre
vaga, raras veces ves al piso para caminar y respiras a un ritmo
de marcapasos, de
esos aparaticos que colocan sobre los pianos y que luego vimos
en el museo donde
pasamos la tarde (ese en el que solo me gustaron siete cuadros).
Luces siempre
guapo… Te veo tanto, te detallo en la distancia casi con el encanto con
que veía aquel
Dalí de las judías en el plato y teléfono es su norte. Me encantas…
El cansancio poco
importaba a la hora de recorrer y atesorar momentos para ambos.
Estamos ahí, por
fin juntos. Eras tu, era yo y nadie más. Podíamos andar de la mano,
sostenerte con
fuerza y besarte con pasión. Todos nos guardarían el secreto…
¿Habrás notado
que era feliz y que solo tenía cosas para agredecer?
¿Habrás sentido
que te abrazaba con los ojos cerrados para conservar el momento?
El tiempo se
detuvo en aquella plaza… Aún le debemos monedas a la fuente.
Volvimos de un
día que entregaba las horas sin ningún tipo de amparo considerado.
El tiempo pasaba
tan rápido que hacía oídos sordos a mi petición de rendición…
No es nuestra
casa, no es tu casa pero, el estar juntos en ese perímetro reducido
era sin duda la
mejor forma de bajar el telón de la jornada. Cenar, besarte un poco,
ser cotidianos
como cualquier persona. Un baño, una conversación, unir las mitades
para crear un
espacio que pudiese invadir con la petición constante de que me cubrieras
con abrazos.
Conversas
interminables, tus ojos cansados pero tu boca dispuesta a seguir…
Que placer verte
caer fatigoso, que recuerdo verte dibujando sombras con mi luz.
¿Sabes lo que
estás haciendo a mi vida y mi mente? Creas dependencia a
tu ritmo calmado,
a tus manos colmadas de experiencia, a
tus besos de menta.
Siempre supe que
no dormiría igual una vez que partiera, siempre supe que
solo una parte de
mi renunciaría a esa rutina perfecta de ser uno porque es
mucho mejor que ser
dos… Sostenme como aquella última noche, veme a los
ojos como en ese
momento en que juntos vimos el fin del nuevo comienzo.
Aquí te espero
porque es ya una nueva forma de vivir, aquí te imagino porque es
un recordatorio
constante de tu figura en mi después… Aquí te sueño para hacerlo
posible.