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viernes, 4 de marzo de 2011

Secuencia numérica de la seudoalma…


Una, dos, tres gotas.
Café para el alma y el cuerpo,
poco en este punto me agota
tú insólita manera de caer.


Cuatro, cinco, seis pliegues.
Una anécdota más de juventud,
se requiere de indiferencia e ignorancia,
hoy nadie estará esperando tras la puerta.


Siete, ocho y nueve pétalos
con un discurso elaborado de soledad.
Preguntas al viento cuando calla,
la respuesta ya no se lee entre líneas.  


Diez las razones por las que aún espero
tú sombra inerte sobre mi espacio.
Natural secuencia de eventos
que juegan con la voluntad.    



                                                                 
                                                                                          

miércoles, 2 de marzo de 2011

Me senté a observar...

Hoy en horas de la tarde, estuve en un centro comercial muy concurrido. Si bien es cierto mi intención no era pasear pues, el motivo original era diligenciar algunas cosas, inminentemente terminé haciéndolo. Y ahí estaba yo, viendo tiendas desde la vidriera y con tan poco interés que cualquiera podría asumir que solo quemaba tiempo caminando de un lugar a otro para perforar el suelo, el mismo lleno de pisadas más antiguas que las mías y quizás igual de dispersas. Ya un poco adentrada la tarde me aparté a un pasillo poco transitado, saqué mis audífonos y busqué alguna canción que combinara con la repentina melancolía que surgió sin razón aparente y la que como buena masoquista debía enmarcar en una tonada igual de ambivalente para crear la situación perfecta para mi estado de ánimo.
Lo curioso de esto es que aparentemente ninguna de las opciones musicales parecía hacer juego ante tal situación. Miré una y otra vez y no encontraba nada que pudiera fungir como banda sonora ante mi actitud distante pero, de pronto, me topé con una tonada algo vieja pero clásica y procedí a dejarla sonar mientras miraba a mí alrededor. De repente, las cosas dejaron de ser solo cosas y empezaron a rimar bajo la misma vibra, las luces del lugar, el ritmo de las personas, las dinámicas naturales de sitios habitados, los olores y hasta mi misma presencia hacían juego, al mejor estilo de una partitura. Todos conocemos el alcance de la música, todos disfrutamos de la existencia de la misma, en mayor o menor medida, pero su valor más allá de lo tácito, su verdadero poder radica en como fusiona casi todos nuestros sentidos en su totalidad para poder disfrutarla de una manera más sensorial.
Lo que me hizo pensar… ¿Será qué en ocasiones nos dispersamos ante el ritmo natural de la vida porque la enfrentamos sólo con algunos y no todos nuestros sentidos? Podríamos pues, indagar un poco y reconectarnos con los simples placeres que en ocasiones olvidamos para encontrar un argumento ante este planteamiento. Ejemplo: Un olor agradable, un sabor reconfortante, una linda vista, un clima que te roce y un sonido de fondo que nos recuerde lo preciado de contar completamente con esos hilos conductores a la realidad, un hecho del que no todos pueden gozar o presumir.
Hacer la vida más disfrutable y vivible depende netamente de nuestra óptica y disposición para en vez de sobrellevarla fluir con ella. Elementos simples pero de gran poder extemporáneo que de hacerlos hábitos definirán nuevos colores. Y eso, es lo que yo considero, un placer gratuito y de libre dominio. Un viaje directo a nuestro límbico fiel, el cerebro noble y detallista.